¿Por qué escribimos?


Vivimos en un mundo en el que más de la mitad de los siete mil millones de personas que lo habitan pueden compartir sus escritos con un simple click. Nunca ha sido más fácil escribir pero, por esa misma razón, la competencia es atroz. Los buzones de las editoriales están atestados y llamar su atención exige a los escritores noveles dedicar más tiempo a la publicidad que a escribir. Muy pocos pueden vivir solo de la escritura y, de los que lo hacen, menos aún son ricos. Seamos sinceros: nadie en sus cabales escribe por dinero. 


Entonces, ¿por qué algunas personas dedicamos incontables horas y aún más frustración a escribir? ¿porque somos masocas? Eso apostilla Wole Soyinka. ¿Porque ansiamos la fama, el reconocimiento, la inmortalidad? ¿O quizá es el deseo de compartir con los demás esos mundos que creamos y tanto amamos? 

Si preguntamos a los propios escritores, si leemos los innumerables ensayos y reflexiones que se han escrito sobre el tema, concluimos que no existe un motivo universal. George Orwell, en su “Why I write”, lista cuatro motivos principales que empujan a los escritores a su labor: egoísmo absoluto —esto es, el reconocimiento y la inmortalidad—, entusiasmo estético —la capacidad de crear algo bello—, impulso histórico —registrar hechos reales— y el propósito político —la escritura como una herramienta para influir en el mundo. 


En esos cuatro grupos se podría encuadrar la gran mayoría. Por mi parte, soy de la opinión de que hay tantos motivos para escribir como escritores. O, lo que es más, como fases que vive cada escritor. Porque uno no escribe su primer cuento en el colegio con la misma intención con la que, décadas después, termina el último libro de su saga que están adaptando en Netflix. Los impulsos, al igual que las personas, cambian. 




De pequeña, cuando me preguntaban qué quería ser de mayor, yo decía que poeta y granjera. Me veía sentada a la sombra de un manzano, libreta en mano rodeada de mis gallinas. Tenía una imaginación desbordante que necesitaba canalizar a través del dibujo, de escribir cuentos que nunca acababa, canciones y acordes que jamás llegaron a sonar más allá de mi cuarto. Escribir era, simplemente, una necesidad. 

Durante unos años, el deseo de crear se apagó. Y volvió con fuerza desmedida de la mano del tedio del trabajo. Un motivo muy poderoso para escribir es la abstracción: huir de la realidad mundana hacia lugares, tiempos y personas trepidantes. Como diría Vargas Llosa, parafraseando a Flaubert: escribir como "Una manera de vivir".

Mario Vargas Llosa

Escribía sin ningún interés en publicar. Posteaba capítulos en un blog solo para obligarme a producir ciertos párrafos a la semana. Entonces llegó, de forma muy tímida, el reconocimiento. Después, la adicción del thumbsup en todo su esplendor. Los concursos, las páginas, los seguidores. Escribir para gustar, para despertar admiración. Quizá, algún día, para perdurar. 

Confío en que llegarán otras fases: todo tiene un principio y un final. Aún conservo mi sueño de la infancia, pero sin poesía y ya jubilada. Sueño con escribir como Umberto Eco:

Umberto Eco

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