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Mostrando entradas de octubre, 2020

El lenguaje de las piedras (Relatos cortos)

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I. Ven, escucha, entiende Me has citado al anochecer y yo, ingenua, te pregunto por qué. Es por la luna, dices con una sonrisa, y como por ensalmo su rostro anaranjado asoma tras la colina. Cruzamos la linde del bosque y la duda me consume como los hongos que doran las hojas bajo nuestros pies. Avanzamos en la penumbra hacia ninguna parte, en un bosque antiguo, de esos que gimen y arrullan incluso cuando no hay viento. ¿Cómo piensas encontrarlos?, suelto al fin, enmarañado el pantalón en una zarza. Solo hay que escuchar, respondes encogiéndote de hombros. Escéptica, aguzo el oído. Al cabo, el silencio lúgubre se convierte en una algarabía de ruidos que, poco a poco, logro identificar: el murmullo del río abajo en el valle, las pisadas ágiles del corzo entre los helechos, la brisa agitando las copas de los robles y el canto tórtolo de las ranas en su noche nupcial. Pero detrás de todos ellos resuena un zumbido, como una letanía profunda, lejana. ¡Vamos!, apremias, y volamos por el bosqu

Herencia en piedra (Relato corto)

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En una colina, no muy lejos del río, descansa una roca. No es lisa y suave, como esos cantos de la orilla que el Ebro ha pulido durante miles de años, no. Es áspera, con bultos en su lomo y musgo en sus flancos que le hacen parecer una bestia al acecho. Pero ella es paciente. Está esperando algo. A alguien.  Aunque la roca es mineral, una vez fue vida. Millones de pequeños caparazones diluidos, sepultados y después cincelados por el tiempo. Ella vio las eras pasar, las plantas crecer hasta formar un bosque inmenso. Reposó a la sombra de las hayas del Hijedo y los ciervos y los jabalíes hoyaron su piel de mar fosilizado.  Entonces, llegaron los hombres. Clarearon la maleza y el musgo fue limpiado con primor, como se prepara a un niño para el bautismo. Y ella, que era vieja y creía haberlo presenciado todo, nació de nuevo. Los hombres tallaron símbolos en su piel, le susurraron historias, secretos. El sol cicatrizó las heridas y el agua de la lluvia llenó sus cazoletas. Durante décadas,