El castro del Raso (Ávila)


Casas excavadas y parcialmente reconstruidas en el Castro del Raso. Foto de Elisa Rivero

Como siempre hay que ver el lado bueno de las cosas, el cierre perimetral de Castilla y León y la falta de nieve me empujaron a la cara sur de la sierra de Gredos, terreno virgen para mí, acostumbrada a saltar con las cabras por el Almanzor. Y acabé en el castro del Raso, sobre el que os quiero hablar hoy.

Dos cabras: una de Gredos y otra del Rudrón. Foto de Elisa Rivero.

Entorno 

Esta parte de la provincia de Ávila tiene varias particularidades que nos van a ayudar a entender la historia del asentamiento. El castro de El Raso se encuentra en la localidad de Candeleda, cerca de la pedanía de El Raso. Candeleda es el quinto municipio por población de Ávila y el segundo por extensión, pero lo que nos interesa es su altitud: 428 metros sobre el nivel del mar. La zona más cálida de Castilla y León. Desde su hermosa plaza repleta de naranjos podemos contemplar la cima nevada del pico Almanzor, con sus nada menos que 2.591 metros. Es decir, más de 2.000 metros de desnivel en once kilómetros. 

En el espacio que abarca la vista, tenemos una diversidad de pisos climáticos y de vegetación abrumadora. Pastos de verano arriba, matorral, bosques mixtos (alcornoques descorchados, robles viejísimos, pinos, topónimos que nos hablan del tejo…), pastos de invierno, tierras aptas para el cultivo del cereal y, ya junto al río, terrazas para frutales. 

Candeleda y Sierra de Gredos de fondo. Nótense los naranjos. Foto de Elisa Rivero.

Que Ávila sea famosa por su chuletón no es ninguna novedad. El pastoreo es (por desgracia cada vez menos) y ha sido el sustento básico de la comarca de Gredos desde tiempos inmemoriales. La diferencia de altura y la pluviosidad de la cara sur de la sierra favorecen la abundancia de pastos (arriba en verano, abajo en invierno). La trashumancia es la historia de la sierra y aún podemos ver a las vacas subiendo y bajando por la calzada romana del puerto del Pico. 

La sierra aporta a la cara sur de Gredos lluvia al retener las nubes, pero también agua del deshielo. Multitud de gargantas cruzan las faldas para desembocar en el Tiétar, frontera natural con La Vera (Extremadura) al suroeste y con Talavera (Castilla La Mancha) al sureste. 

Vistas desde el sur del castro. A la derecha, la garganta de los Alardos. Foto de Elisa Rivero.

Historia

Después de cuatro párrafos hablando del medio físico, se comprenderá por qué la gente ha querido siempre habitar esta región. Y es que los pobladores del castro no fueron los primeros. Destacan las pinturas rupestres del Risco de la Zorrera. De la Edad del Bronce data un posible poblado estacional, “El Prao de la Carrera”, del que se han obtenido algunas cerámicas y restos de hornos. Ya en el siglo IV a.C. nos encontramos el poblado de El Castañar, situado en el llano y sin amurallar. En función de los autores podemos considerar a estos antiguos pobladores como vetones, celtíberos o incluso con fuertes influencias de pueblos celtas procedentes de Centroeuropa. Pero no vamos a entrar en debate. Hoy no. 

Por su necrópolis próxima sabemos que se trataba de una sociedad mayoritariamente agraria y bastante igualitaria, donde se mezclan las tumbas de hombres, mujeres y niños. Estas gentes ya conocían una serie de innovaciones (como la cerámica a torno, el ritual de incineración) que nos hablan de su apertura al exterior. Además, se han encontrado objetos de procedencia remota, como una figurita etrusca o un vaso de vidrio egipcio. Del poblado en sí, poco se sabe, ya que fue incendiado hasta los cimientos y abandonado. 

Por la cronología podemos deducir que El Castañar fue una víctima más del expolio de Aníbal en su camino hacia Roma. El general cartaginés sitió Helmantica (Salamanca) en el año 220 a.C. y, tras su victoria, prosiguió con el resto de Vettonia. Así, los presuntos supervivientes, temerosos del tan inestable clima político, se atrincheraron en la falda de la montaña y fundaron el castro de El Raso, o castro de El Freillo. Ahora sí, a más de 500 metros. Un lugar seguro desde el que escuchar los barritos de los elefantes durante la batalla del Tajo. 

Los vetones eligieron esta vez una ubicación clave sobre una loma, desde la que se abarca toda la llanura del Tiétar e incluso el Tajo al sur, y la fortificaron. Seguimos hablando de pastores y agricultores, de clases no muy diferenciadas. Por desgracia, no se ha encontrado su necrópolis (la de El Castañar deja de utilizarse) o quizá los ritos mortuorios han cambiado, y los cadáveres se exponen al aire. De seguro, los buitres de Gredos estarían encantados de elevar sus almas al cielo. 

Estas gentes vivieron en aparente paz hasta la llegada de Roma. Durante la segunda guerra civil de la República, el bando conservador de Pompeyo obtuvo el apoyo de los pueblos hispanos, incluidos lusitanos y vetones. Con la victoria de César, no tarda en llegar la represalia, y los habitantes de los castros se ven obligados a derribar sus murallas como acto de sometimiento. Ya sumidos en la pax romana, vivir en lo alto carece de sentido, con lo que los habitantes de El Raso van abandonando su poblado para instalarse en el llano, más cerca de las tierras de cultivo. Algunos enterrarían parte de sus tesoros bajo las casas con la intención de recuperarlos más tarde. Por suerte para nosotros, hubo quien no volvió a por ellos. Ahora, sus tesorillos se exponen en el museo arqueológico del Raso. 


Tesorillo en el museo arqueológico de El Raso. Foto de Elisa Rivero.


Quizá podemos buscar en ellos a los fundadores de Talavera la Vieja (Augustóbriga) o a Talavera de la Reina (Caesarobriga, que algunos identifican con la antigua Aebura / Évora). Movimientos similares se observan en otros oppida vetones, como la posible fundación de Ávila por parte de los habitantes de Ulaca. 

El castro

El castro de el Raso es bien conocido por las excavaciones de F. Fernández Gómez, y se considera uno de los mejores exponentes de el Hierro III. Su población máxima se estima en torno a los 3.000 habitantes, distribuida en unas 600 casas sobre las 20ha rodeadas por una muralla de más de dos kilómetros. 

A la muralla se le calcula una altura de hasta cinco metros. Consta de varias torres defensivas, destacando en la zona alta el Castillo, y más arriba aún otro más pequeño, el castillejo. Está rodeada por un foso artificial considerable en su ala sur, y por la garganta de los Alardos hacia el suroeste. 

Embudo que conduce hacia la puerta falsa. Foto de Elisa Rivero.

La puerta de acceso se sitúa en el sector sur, donde la muralla gira en forma de embudo para facilitar la defensa. La rampa de ascenso podría haber presentado piedras hincadas. Además, tras la supuesta puerta principal nos topamos con un muro, siendo pues esta puerta un elemento de distracción y situándose la auténtica a un lado. 


Puerta falsa que acaba en un muro. Foto de Elisa Rivero.

Puerta verdadera situada a un lado y más estrecha. Foto de Elisa Rivero.

Las casas son de planta rectangular o trapezoidal, ya de plena inspiración mediterránea. El tamaño oscila entre 50 y 150 m2. Son en un principio individuales, aunque se observan aprovechamientos de muros comunes, probablemente asociados a grupos familiares. La mayoría presentan espacios separados dentro de la vivienda: 


Entrada y diversas estancias de casa vetona. Foto de Elisa Rivero.


- Un porche de entrada orientado hacia el sur con un poyo en el que realizar las labores a la solana, como nos demuestran las pesas de telar, piedras de molino o cuchillos encontrados en el sedimento de las calles. 

Reconstrucción de una casa vetona. Foto de Elisa Rivero

- Un vestíbulo donde se tejería, se trabajaría la arcilla, etc. 

Réplica de telar en vestíbulo. Foto de Elisa Rivero.

- El habitáculo central con el hogar sobre una losa y los bancos corridos. 



Réplica de hogar en la estancia central. Foto de Elisa Rivero.

Recreación de habitación. Probablemente los habitantes dormían arriba. Foto de Elisa Rivero.


- Habitaciones auxiliares a los lados, posibles despensas. 

Reconstrucción de despensa. Foto de Elisa Rivero.

- Un corral anexo para los animales domésticos. 

Además, junto a las casas de menor tamaño encontramos construcciones circulares, posibles silos donde guardar el alimento, ya que vemos que carecen de puerta a nivel del suelo. 


Las construcciones son de base de piedra probablemente reforzada con adobe, con un tejado a dos aguas sostenido por vigas asentadas sobre piedras. Los ramajes del techo se forrarían con escoba o piorno y se han encontrado un resto de teja, de influencia romana. No habría chimenea, sino que el humo buscaría su salida al exterior curando a su paso los alimentos e impermeabilizando la cubierta vegetal. El suelo y partes del muro presentan restos de enlucido de arcilla. 

Gracias a las viviendas sabemos que las diferencias sociales en el Raso, aunque existentes, no están tan marcadas como en otros castros vetones. 

Religiosidad

Destaca una gran construcción cerca de la zona central, en la que la puerta aparece sellada con tres losas. Podría tratarse de un edificio de carácter ritual, que solo se abriría en ocasiones especiales. 

Construcción sellada. Foto de Elisa Rivero.

También en esta zona central se encuentra un gran bolo granítico con una pila excavada en uno de sus laterales, con un posible uso religioso.

Pila. Foto de Elisa Rivero.

Visitamos un posible “altar” situado en una torrentera detrás del castro, que se asemeja más bien a los lagares célticos. 


¿Lagar? Foto de Elisa Rivero.

A escasos 7 kilómetros, próximo a la confluencia de Alardos y Tiétar, se haya el santuario de Postoloboso. Allí se encontraron una veintena de aras votivas consagradas al dios lobo Vaélico, relacionado con el lusitano Endovélico. Están escritas en latín pero son los propios vetones quienes las dedican a su dios. Así, nos encontramos con los nombres y familias que nos hablan de estas gentes y de sus orígenes: Ebureinius hijo de Orundo de la familia de los Caraecicos, Atta hijo de Boutio de los Menetoviecos, Caius Vlantius de los Pintolacos, Venaculus de los Ambáticos, Marcia Helene… 



Réplica de ara de Eburenius a Vaélico del museo arqueológico de El Raso. Foto de Elisa Rivero

El santuario se cristianizó en el siglo XII con la ermita de San Juan, de San Bernardo después, éste último un santo local que parece curar del mal de la rabia. Por desgracia, el santuario se encuentra en terreno privado y no es visitable. 

Tanto el nombre del santuario (Postoloboso) como la tradición de herrar allí los perros para protegerlos contra la rabia nos recuerda al dios lobo Vaélico. 

Ermita del santuario de Postoloboso. Fuente: https://www.elsequero.es/santuario-de-postoloboso/

Se ha encontrado también una figurita de una cabra, un posible exvoto a la diosa infernal Ataecina. Ya en las pinturas rupestres observábamos a la cabra, omnipresente en las altas cumbres de Gredos. Pero el recorrido de este animal no acaba aquí. En el lugar donde ahora se erige el santuario de Chilla (Candeleda) se le apareció a un pastor la virgen y resucitó a la cabra que se le había muerto envenenada. 

Parece que Ataecina sigue velando por sus serranos, aunque ya pocos recuerden su nombre. 



Bibliografía

Fernández Gómez, Fernando (1997). “Problemas arqueológicos del yacimiento de El Raso de Candeleda (Ávila)”. Trasierra : 81-94. ISSN 1137-5906. 

Fernández Gómez, Fernando (2005). Guía Castro de el Raso. Candeleda, Ávila. Cuadernos de Patrimonio Abulense. Nº5. https://www.castrosyverracosdeavila.com/cyv/contenido/castros/5/pdf/guia.pdf 

Schattner, Thomas G. (2005). “LA INVESTIGACIÓN DEL SANTUARIO DE ENDOVELICO EN SÃO MIGUEL DA MOTTA (PORTUGAL). Amílcar Guerra, Carlos Fabião. Acta Palaeohispanica IX Palaeohispanica 5, (2005), pp. 893-908 https://ifc.dpz.es/recursos/publicaciones/26/22/39schattneretal.pdf















Comentarios

Entradas populares de este blog

Los ídolos estilo Monte Hijedo

5 Datos curiosos sobre los vetones

Eburos ¿Tejo, jabalí o marfil?