Banda sonora de Tarvos (Eluveitie)

Ayer un lector que sabe cómo funciona mi cabecita me pidió un índice de la banda sonora de Tarvos, es decir, en qué canciones me inspiré para escribir algunas escenas.

Esta novela está muy marcada por la banda de folk metal suizo Eluveitie, que además habla en sus canciones sobre los pueblos galos, los dioses celtas e incluso sobre uno de mis personajes, Ambicatus (King).


Así que os voy a dejar a continuación el índice de la banda sonora y algunos fragmentos:


**Spoiler alert**: en las siguientes líneas vas a encontrar spoilers. No recomiendo leer los fragmentos si no has llegado a cada capítulo.


Si aún no tienes el libro, puedes adquirirlo aquí:

https://www.amazon.es/Tarvos-Tartessos-Elisa-Rivero-Ba%C3%B1uelos/dp/840938115X



Capítulo XI, p.83 - Avaricon, otoño del año 597 a.C.

Canción: King https://www.youtube.com/watch?v=-AawUSC6hGY


I am the crown of Gallia
I am the oak in the nemeton
I am the servant of Antumnos' children
I am the will of our Gods
Ambicatus is my name

My chosen set forth to conquer
Kindling beacons
My kingdom prospered and grew
Thou shalt know me by my fruits
From the Hercynan forests
To beyond the skyscraping Alps

To which the flight of the crows led us

“Habis siguió a su padre por una puerta que se abría al final de la sala. Cruzaron dos estancias de las que apenas pudo atisbar su contenido, pues tenía la vista clavada en la espalda del hombre que caminaba frente a él. 

Un portón los condujo al bosque del nemeton. Las cornejas se volvieron al verlos y graznaron.

—Este es el nemeton de Avaricon, consagrado a dios de la noche Esus. ¿Qué piensas de nuestros dioses, Tarvos?

Pronunció aquel nombre con lentitud, reafirmando las dos sílabas. Habis se estremeció: su abuelo también había mentado al toro en sus últimas palabras. Le gustaba. Ambicatus lo miró por el rabillo del ojo. Recordó la descripción que le hiciera Gyptis del rey: un ferviente seguidor de la religión.

—Todos los dioses son importantes y se merecen nuestro respeto. —‍Consiguió articular. Había preparado la respuesta. El rey alzó una ceja.

—Diplomático, como tu abuelo. Eso es sabio, pero aquí te vas a tener que mojar. Los dioses celtas dominan estas tierras salvajes: nada tienen que ver con los lascivos dioses griegos, más pendientes de sus placeres que de los mortales; o las deidades tartesias o iberas, tan influenciadas por el panteón fenicio que ya han perdido su identidad —recitó rodeando el gran roble. Habis apenas podía seguir el hilo—. Aquí, los dioses son el bosque denso y oscuro, el trueno destructor y la noche eterna. Pero también son el fruto de la cosecha, los manantiales puros y el sol. Ellos deciden sobre nuestras vidas y su favor puede hacer caer a los pueblos más imponentes. Tenlo muy presente.

El príncipe asintió. No creía que los dioses galos fueran más poderosos que el resto. Pero nadie tenía por qué saber lo que él pensaba. Sin embargo, una pregunta bailaba en su cabeza desde hacía rato.

—Ambicatus —titubeó—. Esa canción que cantabas…

—¿La de Esus? —Sus ojos se perdieron entre las ramas del roble—. Sí, a Siseia le encantaba.

Y se arrancó a cantar. Con voz grave, trémula quizá”.



Capítulo XII, p.93 - Carnutia, finales de otoño del año 597 a.C.

Canción: Nantosvelta https://www.youtube.com/watch?v=qNfhVfxw_kk


“…Tarvos se internó en el bosque fingiendo recoger palos. Su intención era alejarse del gentío: añoraba la soledad. Se sentó sobre una roca cubierta de musgo y sus pensamientos volaron lejos, hacia su hogar. Un zorzal trinaba insistente entre los endrinos. De pronto, una voz cortó el silencio. 

—Extranjero. —Tarvos se giró tratando de encontrar su origen, sin éxito—. Extranjero, que vienes de más allá de los mares y montañas. ¿Quieres conocer los secretos de este bosque? Sígueme.

Capto un movimiento por el rabillo del ojo captó y la silueta de una mujer; no, de una muchacha, se recortó entre los árboles. La luz tenue del atardecer arrancaba destellos de fuego de su cabellera. Se preguntó cómo era posible que no la hubiera visto antes. Se levantó de un brinco y, como atraído por una fuerza ajena a su voluntad, corrió tras ella.

—¡Espera! ¿A dónde vas?”



Capítulo XVI, p.129 - Lugodunom, otoño del año 590 a.C.

Canción: Trinoxtion https://www.youtube.com/watch?v=S05F7nUD9aI


“Durante la luna llena de Samonii, los habitantes de Lugodunom procesionaron desde las callejuelas de la ciudad hasta la necrópolis bajo la luz de las antorchas. Tarvos no se topó con ningún espíritu errante. Las miradas de desprecio de muchos de los estudiantes y en especial de los de su propia escuela eran suficiente para ponerle el vello de punta. Por su parte, Benna entonaba los cánticos de los muertos con fervor, haciendo oídos sordos a las amenazas veladas que silbaban como flechas junto a su rostro. Aquella noche daba comienzo la mitad oscura del año galo”.



Capítulo XVIII, p.142 - Escuela de druidas de Cenabum, invierno del año 588 a.C.

Canción: Taranis https://www.youtube.com/watch?v=WDE-p7Q3dtY


“Tarvos corrió a los establos y montó a Janto a pelo. Los jinetes ya no estaban a la vista. Siguió las huellas de los caballos sobre la nieve recién caída.

Al cabo, las huellas se dispersaban. Sin saber por qué rastro decidirse, el tartesio orientó a Janto hacia el corazón del bosque, a donde sabía que ella acudiría. Por primera vez, Tarvos rogó a los dioses galos. Pidió a Cernunnos que escondiera a Benna en su selva. Alzó la vista al cielo: ni rastro del rayo. Su dios sediento de sangre no podría salvarla esta vez.

Un silbido llenó el aire. Vio a los jinetes juntándose de nuevo y galopando hacia una colina a su izquierda. En ese momento, Benna hacía cima. 

Una sacudida tensó todos sus nervios: sabía que esa montaña acababa en un acantilado. Benna no tenía escapatoria.

—¡Corre, Janto, vuela como el Céfiro! —Lo espoleó. Los copos se habían vuelto más finos y cortaban su rostro.

Vio cómo los jinetes la acorralaban. Los pies de la muchacha trastabillaron al borde del abismo. En la cima, el viento y la nieve se mezclaban con los resoplidos de los caballos y, como vertebrando la escena, sus mechones rojos bailaban indómitos. No llegaría a tiempo”.



P. 143, Canción: Cernunnos https://www.youtube.com/watch?v=ajFe3khRPOM


“Tarvos cayó de rodillas al suelo. Su pecho liberó un bramido profundo, cargado de impotencia. Sin embargo, el eco resonó a venganza”.



Capítulo XX, p.154 - Frontera ligur, primavera del año 587 a.C.


Canción: Santonian shores https://www.youtube.com/watch?v=D0_lfzrvEVs


It has been decided. We'll set forth on this journey.

“El tartesio había abandonado Avaricon con una montaña de tierra sobre el pecho que se iba deshaciendo paso a paso. Parecía que el aire primaveral arrastrara sus recuerdos amargos y las promesas de venganza, dejando espacio para el futuro. En unos cinco días alcanzaría Massalia y volvería a ver a sus amigos: Protis, Gyptis, el guardia Bodincus. Calculó que el tiempo ya sería bueno y podría tomar un barco hacia Tarte. Como tarde, estaría en casa para el solsticio. Respiró hondo y puso a Janto al trote”.



(Ya en el asedio de Massalia)

p.161 Canción: Epona https://www.youtube.com/watch?v=TkbadvaMuXo


Mater Mater Mater deiua
Mater Mater uoretontipe
Mater benoulati epon
Mater Mater rigani reidonti

“Los cascos de Janto retumbaban sobre el empedrado. De pronto, la voz aguda y vibrante de la reina se alzó sobre el pánico.

—¡Ciudadanos de Massalia! Escuchadme: los dioses están con nosotros. Los galos vendrán a ayudarnos, debemos defender nuestra ciudad hasta su llegada. ¡Por Massalia! ¡Por Epona!

La gente se paraba, siguiendo con la mirada el galope de su reina mientras se perdía entre las avenidas. Pero su voz seguía resonando, llamando a la defensa, transmitiendo esperanza. 

[...] Tarvos espoleó a Janto. Tomó una bocanada de aire cargado de sal. No supo si lo que escuchaba era el embate de las olas o su propia sangre retumbando dentro del casco. Entrecerró el ojo derecho para penetrar el velo de bruma marina y polvo. Otro aliado caía. Janto resopló y continuó su galope.

Desenvainó la espada y espiró el aire ya cargado de sus pulmones, musitando una oración. Por primera vez en su vida, pedía algo a los dioses.

Pudo ver cómo decenas de enemigos volvían la vista hacia ellos: un joven y una mujer sobre un caballo. Ridículo. Tarvos bramó con toda la fuerza de su pecho. Apenas unos pasos más para chocar contra el ejército. Y, entonces, su grito se convirtió en un mugido grave, profundo”.



Capítulo XXIV, p.201 - Castro cántabro de Moreca, primavera del año 586 a.C. 

(Ya en el bosque de Fontíber)

Canción: The arcane dominion https://www.youtube.com/watch?v=n-hkjryDCmg


“—Madre Íber, acepta mi ofrenda. Madre Íber, escúchame… —musitó las palabras que Mena le había hecho aprender, no muy seguro de que su pronunciación u orden fuera el correcto.

Una vez finalizado el rezo, introdujo la mano en el agua helada. Tomó la piedra y notó un escalofrío recorriéndole desde las plantas de los pies hasta la coronilla. Sacó el brazo del agua como si una bestia acuática se la fuera a morder. Entonces, la superficie se agitó en un temblor extraño. Un alarido resonó en el santuario.

El grito emergía de la niebla desde todas las direcciones y parecía hacerse eco contra los troncos de los sauces. El muchacho se volvió alarmado y corrió junto a sus compañeros, que le hacían gestos de apremio.

[...] Mena, aún en el claro, había sacado su puñal y lo deslizaba por su mano, como el tartesio hiciera en el lago. Se agachó y pasó la palma sobre la tierra y las hojas en una espiral.  La perdió de vista tras las capas de niebla según su voz se alzaba, extrañamente grave y potente. Por fin, creyó entender algunas palabras de su letanía.

—Señor del bosque, te ofrezco mi sangre…”



Capítulo XXVII, p. 225 - Territorio vacceo, primavera del año 586 a.C.

(Ya en castro Ulaca)

Canción: Caturix https://www.youtube.com/watch?v=GO8VVJ_j7T0


“Varias figuras enmascaradas arrastraban a un hombre que apenas podía mantenerse en pie. Le hicieron subir por la escalinata y lo arrojaron en la cúspide, boca arriba. La población lo abucheó.

Después, una muchacha muy alta hizo su aparición en el corro. Parecía aún más desorientada que el resto de los habitantes, y se dejaba llevar por los enmascarados. Por un momento, Tarvos temió que también la encaramaran a la escalinata, con las consecuencias obvias que se desprendían de aquello.

Una flauta comenzó a silbar siguiendo el estruendo de los tambores y acallando a los habitantes. Al son de la música, los enmascarados zarandeaban a la muchacha, arrancándole las vestiduras. Se la llevaron a un edificio próximo del que se elevaba una nube de vapor: una sauna. Cuando salieron, vertieron cubas de agua sobre su cuerpo desnudo en un ritual de purificación.

Se había desatado un viento helado en el cerro, si bien los habitantes de Ulaca apenas lo percibían. Las nubes galopaban raudas en el cielo, privándoles de la luz de las estrellas. 

La vistieron con una piel de lobo, las fauces superiores coronando su cabellera dorada. Entonces, tambaleante pero rítmica, la chica-lobo comenzó a cantar.

—¡Vaélico! ¡Vaélico! —Coreaba el público como un zumbido de abejas.

Avanzó bailando hasta la escalinata, donde el hombretón que la custodiaba le entregó una daga. En un precario equilibrio que hacía temer que cayera en cualquier momento, la chica subió los escalones. Alcanzó la cima y, de pronto, los tambores y la flauta cesaron. Un silencio sobrecogedor se apoderó del castro. El viento ululante agitó su pelaje y cubrió el cielo de nubes.

—Vaelico… depúranos —gimió.

Los músculos de la espalda de Tarvos se tensaron. Forzó la vista, tratando de adivinar los movimientos vacilantes de la chica-lobo en la oscuridad. Entonces la luz de las estrellas volvió a iluminar el pedestal, mostrando a la bailarina. Se dejó caer sobre el prisionero postrado, clavó con fuerza la daga en su pecho y profirió un alarido desgarrador.

El hombre se convulsionó unos instantes bajo el cuerpo de la muchacha. Cuando al fin se detuvo, ella tiró con fuerza del cuchillo hacia el estómago, abriéndolo en canal. La sangre manó, derramándose sobre un receptáculo y desbordando. Cayó por la piedra, escalón a escalón, hasta gotear sobre el suelo.

El tambor volvió a rugir y la muchedumbre enloqueció. Entre codazos y pisotones, rompieron filas y se abalanzaron sobre las escalinatas. El aullido del lobo resonó entre el gentío y fue respondido desde las montañas. Los habitantes de Ulaca pugnaban por alcanzar la sangre para beberla e impregnarse de ella”.



Capítulo XXIX, p.257 - Tarte, finales de primavera del año 586 a.C.

Canción: Thousandfold https://www.youtube.com/watch?v=kb8WGig0MLU


Behold
All our gold
Thousandfold
Bereave me
Declined
Truths ensign
Forever mine
Bereave me

El pueblo se empobrece y Aipuuris les llena la cabeza con venganzas de dioses. En vez de estar enfadados, tienen miedo. ¡Miedo, Habis! Yo también tengo miedo… —Repitió con voz trémula. Después, se acercó mucho a Tarvos y colocó las manos sobre sus hombros—‍. Tienes que parar esta locura. Debes recuperar el trono.

El silencio dominó la estancia y el chirrido de las cigarras, antes inaudible, se volvió ensordecedor. Todas las miradas estaban posadas en el joven príncipe. Tarvos estuvo a punto de encogerse de hombros, pero se contuvo.

—Lo haremos”.



Capítulo XXX, p.265 - Cempsia, finales de primavera del año 586 a.C.

Canción: Tarvos II https://www.youtube.com/watch?v=KcDywuXDHrI


“La primera vaca cruzó el estrecho y el resto la fueron siguiendo, quizás evocando ya el gusto salado de los prados de la isla. Argantonio y Mena cruzaron con el grueso del rebaño mientras Tarvos recogía a los individuos rezagados. Paseó la mirada por la playa: solo quedaba el toro, que se internaba de nuevo entre las dunas.

Tarvos emprendió un galope envolvente y el animal, sorprendido, se dirigió al estrecho. A mitad del camino, una ola rebosó por encima del banco de arena, encabritándolo. Tarvos frenó a Balio a escasos pies del animal, que se había dado la vuelta y encaraba a su perseguidor.

El príncipe quedó paralizado, la vista clavada en los enormes cuernos que el toro enarbolaba. Balio pateó inquieto.

—¡Habis!

La voz de su abuelo le llegó potente desde la isla y dispersó los recuerdos. El muchacho se apeó del caballo. El toro no se movió: su vía de salida hacia la costa estaba bloqueada y esperaba que la liberaran.

Pero Tarvos no se retiró. Avanzó dos pasos hacia su enemigo y afianzó los pies en la arena.

—¡No mires los cuernos del toro…! —comenzó a recitar Argantonio.

Tarvos cerró el ojo e inspiró la brisa marina. En su cabeza se sucedieron las escenas de su batalla en Massalia: Gyptis y él cabalgando sobre Janto, solos contra todo un ejército. El toro resopló con furia, pero él solo oía el rugido de la ola. Sus pies se hundían cada vez más en la arena. Recordó a Camira.

—¡Empúñalos! —pronunciaron el rey y el príncipe al tiempo.

Abrió su ojo cuando el toro se disponía a embestir. Sacó el pie derecho de la arena, asió los cuernos y volcó el peso de su cuerpo girando la cabeza de su enemigo. Entonces llegó la ola. La arena que sostenía las pezuñas del toro se dispersó y el animal perdió pie. El agua chocó contra el cuerpo poderoso, uniendo su fuerza a la de Tarvos.

Cuando se retiró la espuma, el toro yacía sobre la arena. Tarvos, de pie a su lado, lo contemplaba triunfal. Montó de nuevo sobre Balio mientras el animal se levantaba. Derrotado, trotó hacia la isla.

Lo había hecho. Había superado su Herradero”.



Capítulo XXXII, p.280 - Extrarradio de Tarte, finales del verano del 586 a.C.

Canción: Nil https://www.youtube.com/watch?v=hd0OGRlp5E0


Curtain's up for this lurid age
Clear the ring for oppression and greed
Welcome to this wasteland of blight and havoc
Once known as my home

There was nothing left
But the smell of Salassian blood
Nil and nothing left
But the braying void in our homes

It's over and done

“El príncipe se colocó el casco, tomó la lanza de las alforjas y se acercó al toro más grande, un semental blancuzco que pateaba el suelo con nerviosismo. Apenas tuvo que rozarle dos veces con la punta para que el animal se encabritara. Tarvos corrió hacia Balio, lo montó de un salto y emprendió un galope salvaje hacia la ciudad. No necesitaba volverse para saber que una manada de los toros más bravos del país le seguía de cerca. El retumbar de las pezuñas se mezcló con los gritos de la gente.

[...] Espoleó a Balio y sintió el viento céfiro apartándole el pelo de la frente, agitando las crines del sorraia como si los dos volaran. Una gota fría y densa le golpeó el rostro y Tarvos gritó, eufórico. Casi podía oír los carnyx clamando en su cabeza.

[...] Alcanzaba ya la muralla del quinto anillo cuando cinco guardias le bloquearon el paso. Tarvos respingó: no podía enfrentarlos, pues los toros le arrollarían. Sin pensarlo, tiró con brusquedad de las riendas de Balio hacia la derecha. Este giró en el último momento, tomando la calle que rodeaba el distrito del mercado. Los primeros animales continuaron recto, embistiendo a los guardias. El resto, se dividieron tras el jinete o hacia otras calles.

[...] Trotó colisionando con los jinetes hasta alcanzar la primera línea. Enarbolaba su lanza, dispuesto a ensartarla en uno de los guardias que cerraba la puerta, cuando un nuevo relámpago descendió desde los nubarrones. De pronto, todo fue luz. Tarvos sintió cómo salía proyectado desde la grupa de Balio hacia adelante. Notó un dolor lacerante en el costado y después, se estrelló. No supo si el enorme rugido fue producido por el trueno o por el crujir de sus huesos contra el suelo.

Se sintió desvanecer. Sus tímpanos ardían y, por mucho que trataba de abrir el ojo, solo veía luz blanca. Las gotas caían silenciosas sobre su cuerpo, filtrándose por el casco y acariciándole el rostro. Se vio transportado a la cueva, a las entrañas de Ojo Guareña. Sus dedos palparon de nuevo el cuerpo aún tibio de Duratonis.

No. No podía morir en aquella cueva. Percibió un destello rojizo desde su ojo izquierdo, el que ya nada veía. Los sonidos fueron retornando y Tarvos se sacó el casco. Parpadeó y, al incorporarse, vio la higuera partida en dos, ardiendo como una antorcha. Las gotas le arrancaban siseos.

Junto al maltrecho árbol, Aipuuris, Therón y Erisea lo contemplaban con estupor. Se levantó apoyándose en la rodilla y ahogó un gemido. Tenía un tajo en el costado. Miró en derredor: Balio le había lanzado dentro de las murallas. En la puerta, la lucha proseguía. [...]


















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