Tribu del páramo - Relato corto



Bienvenido a la tribu del páramo. Te invito a perderte un rato en estas tierras baldías. Aquí siempre sopla el viento y hace un frío del carajo, el suelo es piedra pura y no verás ni un alma… o quizá te jartes a encontrar.

Cinco cafés con cafeína, Bego. Que nos vamos a patear el páramo. El primer Homo antecessor lo pisó, y vio que era bueno, porque en la estepa abunda el bisonte y el caballo. Por cornada de bisonte murió un neandertal 800.000 años más acá y, para que no se lo zamparan lobos y buitres, decidió su hijo enterrarlo. Con la mala suerte de que no hay quién coño excave en este páramo. Así que lo cubrió de piedras.

Abilio, por el contrario, dice que esta tierra no vale pa ná. Por unas míseras patatas se atasca el arado y se atoran también las vértebras de tanto eslomar. Y lanza otra china más para engordar el morcuero.

Morcuero, moreco, morecano. Dícese de una tribu cántabra de discutido origen geográfico, ubicado según Bosch-Gimpera en las parameras de Sedano: donde abundan los morcueros, palabra que no tiene correspondencia en el latín y designa los montones de cantos.

Cantos clavados y (Lancha-)hincados. Algunos pequeños y otros desorbitados. Caminos invisibles que nos desvían de la pista principal. Ya vamos, Miguel, que es que he visto otro moreco, otra dolina. ¿Trinchera o lobera acaso? Los túmulos pueden esperar. Que de tiempo van sobrados.

Tiempo lleva José, rojo, muerto y al descubierto desde el trece de abril hasta septiembre de 1937. Ni las trincheras (excavadas, estas sí, en la maldita tierra) ni el parapeto de la Horca lo han salvado de las balas brotadas de la niebla.

Niebla que inhabilita el aeropuerto. Niebla que brilla con luz de molino y enfurece al turista que subió al culo del mundo a contemplar estrellas y solo ve ese puto blanco. Que ya no quedan más plazas en el Astronómico, Triz, a ver cuándo lo abren todo el año.
Niebla también en el Valle, inversión, y delante un cartel plantado sobre un túmulo extinto, extendido y asfaltado, que irónicamente avisa de que estamos en tierra de túmulos.

Túmulo con (¿o sin?) cuerpo. El patriarca venido de Inglaterra que dice que por qué no quedarse aquí a pastorear y caerse muerto. Más modesto que sus primos (segundos): dólmenes, también de piedra pero cubiertos de tierra, sedientos de vasijas, de pendientes, de vellones y de sol de invierno.

Invierno que mucho hiela, cosecha de fruto espera. Y a tractor de nueva generación, no lo para muerto ni morcuero ni montón. Así ni con carta arqueológica ni Megalitos.es ni Aureliano ni Mapas Cantabria, el dolmen del cuñado se ha esfumado.

Como se esfumaron esos famosos árboles que una hipotética ardilla podía saltar para cruzar Hispania de punta a punta en época romana. Romano de camino al Castillejo para asediar Bérgida (que no Vellica, Kechu, esa me la tendrás que perdonar). Entre las encinas dispersas, avista un Monte de Mercurio, que deriva en morcuero según la RAE, y añade otro canto en honor al dios viajero.

A Santiago viaja el peregrino Lope que quiere enlazar con el Camino Olvidado. En cada cruz de hierro, fierro, ferro suelta una piedrecita, más por miedo que por piedad, para que en el Día del Juicio Final intercedan las piedras parlantes que fueron testigos de su esfuerzo.

Esfuerzos los de Antonio Oruño el Manco para erigir tamaños cortavientos. Que de un túmulo sacó esas almas… digo, esas piedras para su construcción. Como paradas de autobús, esperando a que llegue la línea del ábrego o del cierzo.

Otra ronda de cervezas, Bego. Que tanta piedra y tanto viento me dan sed, aunque las ladies no apuremos el botellín de trago. ¿Lady yo? Yo soy la niña del dolmen y no dejo piedra en el morcuero porque no temo a los muertos. Me las llevo en el bolsillo para que las almas me cuenten sus historias. Y luego te las cuento a ti.


Pero solo algunas.

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